Beber no era el problema, sino la solución; al menos eso había pensado siempre, llevando la contraria a lo que decían su familia y los médicos que durante muchos años habían pasado a su lado relatándole los daños que el alcohol le causaba y causaría e incluso amenazando con terribles consecuencias para su salud si no dejaba de beber.
- Esas terribles consecuencias irían bien para mis terribles causas, pensaba mientras abría la botella de brandy a las 6 de la mañana, antes de que la familia despertara. Él nunca fue de esconderse, pero en los últimos años el frente común que todos los miembros de su familia habían montado en contra de su hábito hacía que le hubiera cogido el gusto a beber en solitario. Lo bueno de beber solo es que no haces extraños compañeros de viaje. Lo malo también.
No siempre su familia se había empeñado en medicalizar el alcohol; al principio nadie lo vio como un problema; el lo vio como lo que le alejaba de ellos. Los médicos aparecieron cuando una mala caída le produjo un sangrado dentro de la cabeza; él juró no ir borracho, pero la credibilidad la había perdido en su llavero de Larios.
Hacía años que había dejado de creer en los médicos. Sabía que eran gente de ciencia, que conocían las pruebas que mandaban y los fármacos que utilizaban, pero no tenían ni puta idea de las enfermedades. ¿Cómo iba un señor de 50 años que nunca había pasado ninguna dificultad económica y cuya vida era una colección de trofeos a saber qué le pasaba a él? ¿cómo iba a ser su enfermedad la misma que la que pudiera tener un director de sucursal de banco o una profesora de universidad?
El alcohol murió con él. En las estadísticas se computó dentro del apartado del “mortalidad potencialmente evitable”. Él siempre supo que lo suyo no había quién lo evitara. Ni siquiera el alcohol.
Menos mal que nos recordáis la Medicina a los opositores. Gracias. Que no olvidemos!
ResponderEliminar