En tiempos en los que se toman muchas medidas impopulares los mecanismos de (auto)propaganda tienen que funcionar a la perfección para intentar transmitir con rapidez beneficios derivados (o que puedan parecer derivados) de esas medidas. El mejor ejemplo posible lo estamos teniendo estos días en relación al gasto farmacéutico.
Si el otro día nos hacíamos eco de una supuesta reducción del 20% del gasto farmacéutico desde la introducción del nuevo copago, en los últimos dos días proliferan titulares como "El gasto farmacéutico del SNS baja un 24% en julio" (El Mundo) o, incluso, otros como "Asociaciones acusan a Sanidad de 'manipular' las cifras del gasto farmacéutico" (El Mundo).
No vamos a entrar ahora en si las cifras son ciertas o no, ya comentamos nuestras dudas al respecto, pero vamos a hacer algunas consideraciones que deberían ser tenidas en cuenta a la hora de decidir si merece la pena (o no) gastar más de un milisegundo en considerar como ciertos unos datos en relación con el gasto farmacéutico (y las políticas farmacéuticas, en general).
El éxito de la introducción de un copago farmacéutico (o la modificación de uno existente) podríamos evaluarla basándonos en dos tipos de resultados distintos:
Si el otro día nos hacíamos eco de una supuesta reducción del 20% del gasto farmacéutico desde la introducción del nuevo copago, en los últimos dos días proliferan titulares como "El gasto farmacéutico del SNS baja un 24% en julio" (El Mundo) o, incluso, otros como "Asociaciones acusan a Sanidad de 'manipular' las cifras del gasto farmacéutico" (El Mundo).
No vamos a entrar ahora en si las cifras son ciertas o no, ya comentamos nuestras dudas al respecto, pero vamos a hacer algunas consideraciones que deberían ser tenidas en cuenta a la hora de decidir si merece la pena (o no) gastar más de un milisegundo en considerar como ciertos unos datos en relación con el gasto farmacéutico (y las políticas farmacéuticas, en general).
El éxito de la introducción de un copago farmacéutico (o la modificación de uno existente) podríamos evaluarla basándonos en dos tipos de resultados distintos:
- Resultados económicos: disminución del gasto farmacéutico global, disminución del gasto farmacéutico público, disminución del número de medicamentos (que, al fin y al cabo, se puede traducir en €) depositados en los puntos SIGRE,...
- Resultados en salud: variaciones en la tasa de mortalidad, variaciones en la tasa de morbilidad de diferentes tipos, adherencia terapéutica, variaciones en la tasa de ingresos, variaciones en las hospitalizaciones evitables,...
En las semanas previas a la instauración del nuevo copago de medicamentos en casi todos los análisis (de diversas procedencias) se hacía patente la importancia de monitorizar estrechamente los resultados en salud para comprobar que no estuviéramos "vendiendo la salud" a cambio de unos pocos euros. No era una preocupación caprichosa, sino que responde a la existencia de literatura en la que se documentan disminuciones de la adherencia a tratamientos y aumentos específicos de morbilidad (o incluso mortalidad) ligados a la imposición de copagos de medicamentos (y también a otros copagos).
Sin embargo, en estos últimos días es raro leer análisis en los que alguien se pregunte si, de ser ciertos los resultados económicos (que, insisto, habrá que analizarlos en el largo plazo porque parecen un artificio estadístico más que una realidad que vaya a mantenerse) no estaríamos aumentando la recaudación a cambio de sacrificar la salud de nuestros pacientes.
Al no haber llevado a cabo acciones para controlar el gasto farmacéutico hospitalario (protagonista de la porción alcista del gasto farmacéutico) ni sobre la financiación de medicamentos con baja utilidad terapéutica, cualquier posible disminución del gasto farmacéutico quedará a merced de alguna de estas tres posibles situaciones:
- El paciente decide según criterio propio qué medicamentos va a dejar de consumir.
- El paciente consulta con el farmacéutico (o con el auxiliar de farmacia) qué medicamentos son menos "importantes" y los descarta a la hora de comprarlos.
- El paciente consulta con su médico (y, eventualmente, también con su enfermera) qué medicamentos son prioritarios y le "invita" a llevar a cabo un ejercicio de desprescripción priorizando los medicamentos esenciales y tratando de recortar los que pudieran ser algo más superfluos.
Desde mi visión de profesional sanitario creo (lamentablemente) que la opción más común sería la primera, un escenario en el que el paciente decide qué medicamentos son los que no va a tomar, en función de variables como su precio o sus creencias sobre la importancia de cada fármaco en su tratamiento.
Cualquiera de los otros dos supuestos sería más deseable, especialmente el tercero, un abordaje basado en la racionalización (que no racionamiento) de los tratamientos, llevando a cabo un ejercicio de desprescripción encuadrado dentro de la longitudinalidad de la relación médico-paciente, anteponiendo criterios de utilidad terapéutico a los criterios de la salud financiera del paciente. Para favorecer este escenario hay muchas estrategias... pero no son las elegidas...
...así que nos toca tirar por el camino de la reducción de daños e intentar que el desempeño clínico disminuya, dentro de lo posible, los teóricos efectos negativos del incremento del copago farmacéutico.
Quedaría la variable de la intermediación de terceros (familiares), sobre todo en caso de ancianos, en cuyo caso el paciente no decide ni consulta. Pero la reflexión es buena. Toca reducir daños… y costes derivados de la improvisación y la chapuza.
ResponderEliminar