Y es que es francamente complicado.
Si hace unas semanas tocaba exprimir
hasta la náusea qué rasgos “excesivamente normales”(sic) del
piloto podían haberle llevado a estrellar el avión, esta es la
semana monográfica del linchamiento al adolescente psicótico medio.
Porque, total, pararse a pensar que si una psicosis puede ser
devastadora en un momento avanzado de la vida, su versión
infantil/adolescente resulta extraordinariamente dolorosa no vende
tantos titulares ni genera tantos comentarios de bar, así que “prudencia periodística” parece el nombre en latín de un pájaro
extinto.
Haciendo un esfuerzo owenjonesiano de
superación del odio al cuñarcado periodístico y de a pie, hemos de
decir que aunque los comentarios desafortunados de expertos exprés
sean lo que primero crispa, también somos conscientes de que
infinitamente más graves son los problemas estructurales que se
destapan. Léase encontrarnos con un programa de detección de la violencia propuesto de la noche a la mañana a golpe de titular, por
un grupo político que está a cuatro semanas de unas elecciones.
Antes de seguir no me queda otra que
recordar las premisas básicas para poder hablar de cualquier
concepto relacionado con salud mental:
Ley nº 1: que la imagen de la locura
que tiene la población general sigue secuestrada por la ficción y
aún no está generalizado el entender que una persona con síntomas
psicóticos es alguien repleto de angustia, extremadamente vulnerable
y que lo que precisa es cuidado
Ley nº 2: que la premisa anterior
parece muy sencilla, PERO también hay que entender que los cuidados
a cualquier población extremadamente vulnerable (en este caso
psicótica) muchas veces se hacen de una forma tan invasiva y tiránica
que en vez de cuidados resultan agresiones (tanto por parte del
sistema sanitario, como del judicial, como de las propias familias).
Ley nº 3: que conceptos como
“psicosis” o “trastorno mental grave” no son comparables a
conceptos como “apendicitis” o “glaucoma”, porque están
muchísimo más entremezclados con aquello que es Irrepetible de un
individuo a otro, la subjetividad, y tienen una implicación
hondísima, tanto en el origen como en la biografía posterior, que
las patologías del cuerpo no tienen (sin por ello negar la trascendencia de
las enfermedades físicas en la vida de uno, que ya hemos dicho que
queremos huir del simplismo).
Ley nº 4: que cuando se trabaja sin
tiempo (valgan como ejemplo las consultas de psiquiatría infantil en
las compañías de seguros, que duran diez minutos (en la seguridad
social (a su vez innegablemente saturada) duran una hora) en las que
se supone que hay que poder historiar, explorar (explorar en
psiquiatría implica una entrevista semiestructurada que no es
precisamente corta), diagnosticar, intervenir y si procede, poner tratamiento) todo ese proceso
queda reducido a un diagnóstico exprés y una respuesta
farmacológica. Cómo voy a enterarme en diez minutos de la historia
traumática de juanito; mejor me fijo en si cumple criterios de
esquizofrenia y le casco un neuroléptico.
Ley nº 5: en la cultura del disease
mongering y de la MacDonaldización del sufrimiento hay una tendencia
poblacional hacia el autodiagnóstico de enfermedad mental para
explicar situaciones dolorosas y extremadamente injustas, pero que no
tienen que ver con la cordura-o-no del que sufre sino con la
injusticia del sistema. Y que lo primero que sale del profesional
ante alguien que por una insatisfacción con su situación vital pretende un seguimiento exhaustivo en el circuito
público de salud mental (incluso verbalizando que lo merece más que
alguien con una enfermedad mental grave) es cabrearse (de un modo análogo al “la gente
viene a urgencias por cualquier chorrada, verás como se les quita
la tontería si les ponen un copago”, ejemplo clásico de
razonamiento ramplón y Clasista); pero hay que hacer el esfuerzo de
entender que es el sistema el que empuja esos “códigos Z” a la
consulta y no ellos mismos.
Ley nº 6: Y esto, que no pasaría de
lo anecdótico, o incluso de buen método para cribar
profesionales-que-miran-más-allá-de-sus-narices, facilita
extraordinariamente el trabajo a una Industria cuya prosperidad
depende de crear enfermedades y venderte la salud como producto de
consumo, pasando por encima de lo que sea preciso. Es decir, que si
en salud mental dejas lugar a la creación de un sobrediagnóstico
HABRÁ SOBREDIAGNÓSTICO.
Si a eso añadimos el estigma que
genera un “falso positivo” en un diagnóstico psicótico; la idea
de que a golpe de gesto grandilocuente-compra-votos se vaya a poner
el sello de PREPSICÓTICO a un montón de adolescentes vulnerables da
TERROR.
(aprovechamos para agradecer a los
lectores que hayan llegado hasta aquí, ya hemos avisado de que el
tema era complejo)
Da terror porque si trabajas con
adolescentes estás harto de rechinar los dientes porque los
profesores estén vivísimos para notificar suspensos pero no se den
cuenta de que tienen a alguien al borde de la desesperación delante
de sus narices. Dejar a los adolescentes psicóticos a su suerte es
terrible, pero asumir que todo adolescente con comportamiento anómalo
tienen que ir a la cola de recibir neuroléptico (y ya hemos
advertido de que en condiciones precarias, es Fácil caer en esa
dinámica: ley nº6) es criminal.
Pero esto también es simplista. Es
fácil caer en responsabilizar al profesorado del abandono humano de
los alumnos. Pensar que en este mundo neoliberal que nos rodea lo
único que les importa es producir futuros trabajadores y por eso
Educación funciona así.
Pero luego uno puede pararse a pensar
que si la respuesta del análisis es tan plana es que otra vez el
análisis lo está haciendo un cuñado, y uno puede tener en cuenta cosas como
que en los institutos tienen 45 minutos al trimestre para hacer la
evaluación de 30 alumnos; y ese es el tiempo oficialmente destinado
a detectar problemas en el niño/adolescente e invocar a los equipos
de orientación psicopedagógica, que son los que tienen posibilidad
de intervenir. Que hasta hace unos años esa cutrez de
tiempo se compensaba con coordinaciones espontáneas entre clase y
clase, donde fluía la información de forma más ágil. Hasta que por un vacío legal se suprimieron los cinco
minutos de diferencia entre ambas clases y toda la práctica docente
se rigidificó con un solo objetivo: aumentar las horas lectivas, a
costa de lo que fuera. Que a día de hoy se depende del celo
profesional de cada orientador y de las filigranas que puedan hacer
los profesores para hacer algo tan extravagante como coincidir físicamente para poder pensar
juntos qué le puede pasar a Gutierrez, la de 2º D, que lleva unas
semanas callada y ojerosa. Y esos cinco minutos que no verás en los
titulares de periódicos ni en las conversaciones de bar, salvo quizá
para decir lo vagos que son los profesores, eran lo que permitía al
de lengua comentar con la de matemáticas lo de Gutiérrez y
constatar que no habían sido imaginaciones suyas; y
hablar con el de educación física y pensar entre todos que a lo
mejor Gutiérrez está rara porque le pasa algo. Sea un principio de
cuadro psicótico, sea que su familia está al borde del deshaucio,
sea que ha entendido de golpe que lo que hacía su tío Julián
cuando iba a verla a su habitación por la noche no estaba bien, o
sea que en su habitación se ha estrellado un meteorito. Cinco
minutos de mierda, que no generan opinión pública, pero lubricaban
al sistema y lo hacían funcionar.
Y es que ese es el problema. Si en
Educación no tienen tiempo de hacer cosas de humanos (léase, ver a
la persona que tienen delante y hablar con ella, tenga la edad que
tenga), Educación se convierte en una máquina Fordiana de tragar
carne y escupir títulos en la que los que traen buenas cartas
(sociales, familiares, afectivas, azarosas) pasan y salen convertidos
en carne apta para la maquinaria laboral, y los que no las tienen se
quedan tirados en la cuneta. En todas las instituciones vinculadas de alguna forma al cuidado existen fenómenos equivalentes a esos “cinco minutos”, que la mayoría de los trabajadores utilizan para que el sistema no colapse. Y existen golpes en mesas de despachos que destrozan todo ese trabajo sin ni tan siquiera medir las consecuencias. Los mismos que dan esos golpes que desbaratan la institución aparecen en portada con soluciones mágicas.
Y en cada periódico (con honrosas excepciones), en cada bar, en cada cháchara, se intoxicará acerca
de un caso concreto y de miles de casos diferentes a ese que tienen
la mala fortuna de compartir etiqueta, se alabarán las medidas
electoralistas, se dirá “ya iba siendo hora de que alguien hiciera
algo con esto” ignorando las redes que ya existen y que si no
pueden funcionar es principalmente por las trabas que se les ponen; y
cundirá la estupidez y reinará el simplismo sobre el fin de los
tiempos. Salvo para quienes quieran de verdad intentar entender el
tema y vean que, en efecto, es complejo y extremadamente delicado.
Se puede concluir que si la psicosis
infantojuvenil y sus implicaciones humanas se te escapan, al menos
haz algo que ya sabes: huir del simplismo.
Al final no he escrito sobre la
psicosis en la adolescencia sino un post acerca de por qué hay que
ver The Wire. Ya lo siento, oigan.
La entrada me ha gustado bastante y estoy mayoritariamente de acuerdo con lo que planteas.
ResponderEliminarNo obstante, creo que falta en la entrada (y espero que quede para otra sucesiva) discutir el rol que han tenido las ballestas en el armamento del bajomedievo europeo y cómo usarlas como armas en espacios cerrados es, como mínimo, desaconsejable.
¡Un abrazo!
Hola. Yo soy (próximamente) residente de pediatría, pero vengo de una familia de docentes.
ResponderEliminarRompo una lanza por los profesores: no bastan esos "cinco minutos". No sirven de nada si no hay algo detrás que respalde.
Conozco un caso cercano que no voy a catalogar de nada (dios me libre de la ley nº 6), pero que me pareció lo bastante alarmante como para pararse a hacer una evaluación completa. Qué menos.
Sé de buena fe que el profesorado le ha dedicado 5 minutos, 10, 200,en los despachos, en los pasillos, en la cafetería... Y lo único que se ha conseguido es un trámite burocrático abierto "hasta que ocurra algo lo bastante gordo como para que la administración no pueda pasarlo por alto".
No, no se puede simplificar. Tal vez alguien sí se dio cuenta, tal vez sí se comentó, y tal vez cayó en saco roto. Tal vez no había "medios" ni "personal" ni "tiempo material" para esas minucias. Tal vez la buena voluntad de unos cuantos no baste para hacer funcionar al sistema entero.
Grande!! Gracias por el artículo!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuen razonamiento.
ResponderEliminarBuena puntería.
Fantástico artículo.
ResponderEliminarCoincido contigo en que, lo que convierte un suceso tremendamente doloroso en tragedia, es la respuesta político - mediático - social de un medio indiferente e ignorante que sólo reacciona ante el miedo a perder (seguridad, votos...) o la posibilidad de ganar (audiencia, más votos, dinero, poder...)
Así, metele caña y sin simpleces!
ResponderEliminarLo tenía que decir...
Es genial que te expreses con esta agudeza, intentando mostrar la complejidad del asunto. Genial leerte.