Ya se han cumplido tres años de la polémica introducción de la vacuna contra algunos tipos del papiloma humano en España (y en algunos de sus calendarios vacunales). Dicha introducción estuvo revestida de bastante polémica, llegando a movilizar a miles de profesionales relacionados con el mundo sanitario y pacientes pidiendo una moratoria para su introducción en nuestro país.
Eran muchos los argumentos que se exponían, pero sobresalían dos principalmente:
1. Las cifras de incidencia de cáncer de cérvix en España son muy bajas y los casos que se presentan están relacionados, en su gran mayoría, con el no seguimiento de los programas de diagnóstico precoz (las citologías pertinentes); este menor seguimiento se observa principalmente en población de clases socioeconómicas más desfavorecidas. [todo esto, junto con otros datos más en relación con medicalización y mujer se pueden encontrar en el imprescindible texto de Roberto Sánchez al respecto]
2. El elevado precio de la vacuna hacía que se produjera un elevado coste oportunidad (el dinero invertido en vacunar no se invierte en otros programas sanitarios con un beneficio potencial más elevado).
En los EEUU la vacuna comenzó a comercializarse en el año 2006, y en marzo de 2010 se publicó en el Journal of American Medical Association (JAMA) un artículo titulado "Gardasil, from bench, to bedside, to blunder" (que vendría a ser -traducción libre- algo así como "Gardasil (que es el nombre comercial de la vacuna): del laboratorio al paciente metiendo la pata". En este artículo se analiza la distribución por Estados de la cobertura vacunal y se relaciona con la mortalidad por cáncer de cérvix (lo que podríamos considerar "la necesidad de la vacuna") y los ingresos promedio (utilizan la mediana) en cada hogar.
La gráfica de la izquierda (A) nos dice que se vacunaron más en aquellos estados en los que la mortalidad por cáncer de cérvix era más baja antes de la introducción de la vacuna (esto es, que la vacuna no tiene nada que ver porque no ha habido tiempo para ello -y, adivinando, poco que ver tendrá-); esto es, no se vacunó la gente que más lo necesitaría (y donde la vacuna, cuya efectividad estaba cuestionada, mayor beneficio potencial tenía) y se vacunó más la población que menos lo necesitaba.
En la gráfica de la derecha (B) se observa que se vacunaron más aquellos estados con una renta promedio más elevada y las cifras de vacunación fueron menores allá donde los ingresos también lo eran.
Si esto ocurre en EEUU lo cierto es que obtener datos de países como Sierra Leona o Uganda, donde realmente la vacuna del papiloma podría tener un lugar en las políticas de salud pública, debe ser desolador.
Concluyendo, no sería mucho atrevimiento afirmar que, a día de hoy, el cáncer de cérvix, poblacionalmente, es una enfermedad de pobres y que la vacuna se comporta como un entretenimiento medicalizador para ricos.
Eran muchos los argumentos que se exponían, pero sobresalían dos principalmente:
1. Las cifras de incidencia de cáncer de cérvix en España son muy bajas y los casos que se presentan están relacionados, en su gran mayoría, con el no seguimiento de los programas de diagnóstico precoz (las citologías pertinentes); este menor seguimiento se observa principalmente en población de clases socioeconómicas más desfavorecidas. [todo esto, junto con otros datos más en relación con medicalización y mujer se pueden encontrar en el imprescindible texto de Roberto Sánchez al respecto]
2. El elevado precio de la vacuna hacía que se produjera un elevado coste oportunidad (el dinero invertido en vacunar no se invierte en otros programas sanitarios con un beneficio potencial más elevado).
En los EEUU la vacuna comenzó a comercializarse en el año 2006, y en marzo de 2010 se publicó en el Journal of American Medical Association (JAMA) un artículo titulado "Gardasil, from bench, to bedside, to blunder" (que vendría a ser -traducción libre- algo así como "Gardasil (que es el nombre comercial de la vacuna): del laboratorio al paciente metiendo la pata". En este artículo se analiza la distribución por Estados de la cobertura vacunal y se relaciona con la mortalidad por cáncer de cérvix (lo que podríamos considerar "la necesidad de la vacuna") y los ingresos promedio (utilizan la mediana) en cada hogar.
La gráfica de la izquierda (A) nos dice que se vacunaron más en aquellos estados en los que la mortalidad por cáncer de cérvix era más baja antes de la introducción de la vacuna (esto es, que la vacuna no tiene nada que ver porque no ha habido tiempo para ello -y, adivinando, poco que ver tendrá-); esto es, no se vacunó la gente que más lo necesitaría (y donde la vacuna, cuya efectividad estaba cuestionada, mayor beneficio potencial tenía) y se vacunó más la población que menos lo necesitaba.
En la gráfica de la derecha (B) se observa que se vacunaron más aquellos estados con una renta promedio más elevada y las cifras de vacunación fueron menores allá donde los ingresos también lo eran.
Si esto ocurre en EEUU lo cierto es que obtener datos de países como Sierra Leona o Uganda, donde realmente la vacuna del papiloma podría tener un lugar en las políticas de salud pública, debe ser desolador.
Concluyendo, no sería mucho atrevimiento afirmar que, a día de hoy, el cáncer de cérvix, poblacionalmente, es una enfermedad de pobres y que la vacuna se comporta como un entretenimiento medicalizador para ricos.
¡Me encanta lo de entretenimiento medicalizador para ricos!
ResponderEliminarSi fuera el único...
Hoy he pensado un montón en este post mientras pasaba consulta en urgencias de mi CAP. He tomado conciencia de que me resulta más facil tratar con jovenes de 29 años, que con abuelos de 89. De momento no he sido capaz de tratarlos por igual, pero hoy me he dado cuenta de que no los trato por igual.
ResponderEliminarMuchas gracias!!
Como siempre, es un placer leerte!
Noe