Cierre, fin de fiesta, y atracón familiar con o
sin purga. Haga lo que haga usted esta noche tendrá un punto más en unas cuantas clasificaciones DSM, así que deje su rencor fluir, va a acabar contenido de todas formas. Como en MédicoCiático somos una gran familia (que haría las delicias de un genetista) no nos resistimos a nuestro post repasando 2012 y abusando de la anáfora.
Termina el año en el que ir a una
manifestación dejó de ser algo que hacer sin miedo ["siempre y cuando no te acerques a los anarcas". en verdad siempre supimos que aquello era mentira, que los disturbios los iniciaban sus supuestos evitadores, pero una cosa es verlo y otra protagonizarlo. Y en base a esta diferencia es como los poderosos nos han dominado, pero eso es otra historia y debe ser contada en otro post]. El año en que aprendimos que si uno quiere mejorar su salud cardiovascular lo mejor
que puede hacer es tratar de rodear el congreso, y verá como
aprende a esprintar. El año en que nos aterrorizamos
corriendo (y saltando) delante de unos funcionarios alienados y fuera
de sí, que, [quiero pensar que para el horror de sus propios
compañeros], hirieron sin importar qué, cómo, dónde, o cuándo. El
año en que un compañero nos arrancó un ojo, aunque nosotros
también fuéramos compañeros, coño. Los mineros, los sanitarios, los
docentes, los estafados, todos. El año en que llegamos a una
urgencia y oímos “hay una mujer de 50 años en la UCI, de la misma carga de la que venís vosotros” y pensamos “esto no puede
quedar así” y quedó así. El año en que nos apalearon y se rieron.
El año en que confirmamos aquello que
creímos siempre, que esos simpáticos y centristas políticos
peperos, al margen de su carisma y propensión a colaborar con
programas de humor, eran arietes ideológicos de extrema derecha, que
sólo estaban esperando su momento para atenazar y dominar, para
mandarnos a los ciudadanos a fregar a la cocina, de donde nunca
debimos salir. Gallardón I el buenrollero se ha desvelado como es,
un ser tan arraigadamente misógino que ha convertido a toda la
ciudadanía en una mujer de los años 40. Y yo que creía que en
MédicoCárpato éramos situacionistas, alucina con éste.
El año en que en la consulta
observamos cómo la pobreza y el descendedor social enloquecen y
enferman a la gente. El año en el que hicimos lo que pudimos para
paliarlo (eso los que teníamos trabajo), mientras a nuestros equipos
los mordían y mutilaban. Obligando a profesionales cuyo trabajo es
eminentemente longitudinal a funcionar sin saber si dentro de tres
días seguirá trabajando o estará en la calle, como tantos otros.
“Continuidad de cuidados eventual”, oxímoron estatutario,
Carroll wins. El año en el que las gerencias contestaron con “eso
no importa” a nuestras demandas. Y nos quedamos con cara de tontos
pensando en cómo hacérselo saber a los ciudadanos, sorteando las
simplezas y mordazas de la prensa, neutralizando la corrosión de la
neolengua que nos vuelve imbéciles.
El año en que volvimos a acordarnos de
que, aunque cuando gobiernan los malos lo parece, no son iguales,
aunque sólo lo recordemos cuando gobiernan los peores (digamos al
menos que con los malos hay trazas de libertad de prensa). El año en
que todo se volvió tan casposamente noventero que El vals del
obrero, de Ska-p, parece que está siendo grabado a la vez que este
post (bueno, en verdad ya no se habla tanto de Jesulín. Eso que
hemos ganado).
El año exasperante.
El año en que acudimos a Sol, al
cumpleaños del 15M y constatamos desolados que por mucha gente que
hubiera la revolución ya no estaba allí. Lo sabíamos porque en algún
momento la sentimos. Una sensación de estremecimiento y
nerviosismo, en la que cristalizaba el “puede que esta vez sea
distinto”, que nos encendió y que aún recordamos. La recordamos
suficiente como para constatar que allí no estaba.
Pero también el año que los sanitarios paramos nuestras guerras pokémon para poder pelear juntos. El
año que vimos que aunque no habíamos sabido explicarlo, los
ciudadanos habían entendido. El año en que pusimos nervioso al poder y a sus parásitos. El año en el que la revolución no estaba
en un aniversario porque nos la habíamos llevado a trocitos a
nuestros trabajos, a nuestros barrios, a nuestras casas.
También es el año en que acabó el caso 4F. O lo que quedaba de ellos. De Roberto Sánchez aprendimos que al final siempre se llega. Que cuesta el doble pero se llega, y en 2012 no quedó otra que confiar en ello. El año en que fuimos filtrando la rabia y la frustración hasta volvernos incombustibles.
Feliz 1984, año por excelencia de la
distopía. Aunque a los que nacimos en ídem, quizá nos es más fácil
entender que una cosa es lo que pretende el poder, y otra cosa es lo que vamos a hacer nosotros.
Feliz también 2013, año de su mala suerte.
Feliz también 2013, año de su mala suerte.
Como molas, Goule.
ResponderEliminarYo, a partir de ahora, querré que acaben los años para leer su crónica más famosa, el resumen más certero... el discurso de la Reina...
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