Los meses de enero y febrero los paso rotando por un hospital llamado El Tomillar, antiguo hospital de tuberculosos, con cierta mala fama entre las personas mayores del área sanitaria por tener la idea de que allí es donde "oba la gente a morir" (y así fue en su momento). Actualmente, en ese hospital hay, entre otras cosas, una Unidad de Continuidad Asistencial, que viene a ser el punto de encuentro entre la atención hospitalaria y la Atención Primaria en pacientes pluripatológicos (con hipertensión, cardiopatía isquémica, ictus, diabéticos, insuficiencia renal, insuficiencia respiratoria,..., vamos, libros de medicina andantes).
Este servicio (que es en el que estoy rotando estos dos meses) tiene una tasa de fallecimientos del 25% de los ingresos, lo cual marca la manera de afrontar a los distintos pacientes.
Los médicos que tratan a estos pacientes hablan de diagnósticos, fármacos y síntomas, pero también de limitar el esfuerzo terapéutico, de paliar el dolor, de acompañar a la familia...
Estos días tenemos a un paciente que está balanceándose sobre la fina línea entre el "es" y el "fue"; su mujer quiere que muera en casa, y nos pide que cuando le queden unas horas le avisemos para pedir el alta y llevárselo a casa. Ojalá pudiéramos saber cuándo va a rendirse el organismo; ojalá pudiéramos decirle a esa mujer que puede irse a casa, que su marido no va a sufrir allí; ojalá pudiéramos hacerle entender que en este campo no afirmamos nada con certeza...
Y es que es ciertamente difícil identificar el momento en el que no sólo no hay marcha atrás, sino que hacia delante ya sólo queda un precipicio insalvable.
1 comentario:
Sin embargo, pienso que planificar una muerte sigue siendo un tema tabú.
Es importante saber qué vas a hacer con un enfermo cuando ya agotes la vía terapéutica y pases a la paliativa, con el tiempo suficiente y coordinando a todos los colectivos. Muchas veces, sin embargo, parece que cuesta hablar de eso.
Publicar un comentario