[Con intención de reactivar la economía y la marca España andamos en reformas. Disculpen si le desahuciamos, expropiamos o simplemente le jodemos. Mientras seguiremos hablando..]

12.9.10

Si dejas la basura tres meses sin sacar es probable que pase esto (I):

La intención de este post es que este entrañable embrión (que de ser humano ya tendría más derechos que yo) se haga una autofotografía de la que poder reírse dentro de unos años. Cutrecitando a mi admirada Diana Aller, “ningún hecho relatado en este post aspira a ser contrastado científicamente” (lo de “lugar de esparcimiento para gilipollas como usted” no se lo plagio sólo para este post, sino para todos. Incluidos los de javi y barea). De modo que no extraigan más conclusiones que yo, o al menos si lo hacen háganlo sobre mí y no sobre aquello de lo que hablo. O hagan lo que les salga la punta del nabo, como suele ser obligación de todo ser vivo.

Inocente (y no tan pérfida como quisiera) de mí, yo pensaba que cuando un psiquiatra era bueno (muy bueno), podía explorar al paciente no-psicótico hasta hallar una serie de teclas* que, correctamente pulsadas, podían permitir al acusado evolucionar a una pantalla nueva o más bien una pantalla diferente desde la que o reiniciarse o continuar avanzando en el videojuego personal, resolviendo el (at)asco previo. Obviamente pensaba que tal habilidad requería una maestría fuera del alcance de un residente y puede que de muchos jugadores titulares.
Pero que existían las teclas y existía la combinación pulsable, se llegara o no a encontrar.

Tras tres meses visitando esa trinchera llamada (t)urgencia (y no porque no haya visto hacer magia, que lo he visto, con estos güeyos feúchos) quizá haya abjurado de tal religión y abrazado la taza del váter de una nueva. Para entender ésta, mi nueva chorrada, es preciso partir de uno de los pacientes más comunes de este frente**, aquel al que la teoría dice que hay que hacer “retirada de atención”, que no hay que entrar en su dinámica pitiática (pulsa aquí si no conoces ese término), al que perjudicas si alimentas su buaambulancia vital, el paciente con el enésimo gesto autolítico, el que achaca a todos los demás la culpa de lo mal que se siente desde hace tanto tiempo que no recuerda, el que te culpa a ti de no interesarte lo que le ocurre (sin precisar corroborarlo); el paciente al que se aplica la infalible cronoterapia con excelente resultado, ese paciente cuyo juego cuya dinámica no debes alimentar porque entonces la haces crecer y esa dinámica le perjudica.

Lo cierto es que es cierto (salvo mágicas excepciones, e insisto, las hay) que eso es lo mejor que podemos hacer. Algunos de esos pacientes te hastían; por definición sientes que te quitan tiempo de aquellos que te resulta evidente e inevitable pensar que están más graves (los psicóticos, los maniacos, aquellos que todo psiquiatra quiere en sus guardias); algunos exacerban eso que los sabios llaman contratransferencia; en otros echas el resto sacando aquello de ti que crees puede parecerse a lo que atraviesan y lo usas para acercarte a ellos y tratar siquiera sólo de tocarles (hola, estoy aquí contigo, bajo esta campana) y ellos te rechazan con sorna y entonces les odias con todas tus fuerzas. Ante esos pacientes estás tú, como individuo imperfecto, y tu imperfección natural te impide hallar nada de forma limpia, suficiente como para poder usarla.

Pártase entonces de que el paciente es gilipollas, y el psiquiatra por definición también, y no es su función ayudar al paciente sino que supone una pantalla más en el videojuego propio, camino de pasar al nivel “pues ni con estos imbéciles me arreglo”. No se confunda esto con la corriente antipsiquiátrica de la que, a mis tres meses de edad, aún reniego, pues no considero que sea nuestra función (ni lo pretendamos), imponer nuestro criterio de normalidad como tiende a creer la gente que no ha visto nunca a uno de nuestros enfermos graves.

Partiendo de la desconcertante sensación de que la comunidad de Madrid me paga por ser gilipollas y ejercer como tal, el retortijón la reflexión que genera este post es la colisión con la teoría de las teclas y el psiquiatra en taparrabos danzando y pulsándolas en el orden correcto. Si el psiquiatra es un inútil por definición y su función es tener entretenido al paciente en el acto y capítulo de turno como quien juega al Diablo II, es obvio que no va a tocar tecla que valga. La cuestión es si por ello esas teclas dejan de existir, si se pueden buscar y sobre todo, si son pulsables. Si existe alguna forma de sacar de su infierno personal a alguien, una forma inherente a los infiernos personales, independientemente de la copia concreta que se esté ejecutando.

Y si existe, quién puede verla y quién puede manejarla. Otra opción sería descreer de los infiernos personales aunque por ahora (dadme tiempo) me niegue a pensar que éstos difieren en naturaleza de la descrita en nuestro aforismo favorito sobre el dolor.


Y esto nos lleva de nuevo al siempre presente concepto "pero aquí quién se encarga de la psiquiatría de masas". Pero eso queda para otros pestiñosposts. Basta por esta tarde de abril, con la eterna sensación de que todo esto ya lo ha pensado antes alguien, ya lo ha escrito, y equivale en ciencia a lo que danielle steel implica en la literatura.



*por aquí entronca un próximo post acerca de “por qué no podría tratar a un familiar o amigo de cualquier cosa psiquiátrica que no sea una psicosis”.

**para próximos posts, “por qué algunos no entendemos el ambiente de enemistad en el hospital por colectivos “el enemigo es la enfermería o los pacientes o los familiares”, o "por qué mi concepto de batalla es contra la realidad (y las guardias de 0 pacientes), y tu puta opinión me da igual, puta”

2 comentarios:

javierpadillab dijo...

Sublime...
...un paciente maniaco debería pasar una vez en la vida por los días de cada ser humano (fetillos bisemanales included)... Tan cuestionador sobre lo normal, lo no normal, lo hipernormal, lo subnormal,...

Dr. Bonis dijo...

> “lugar de esparcimiento para gilipollas como usted”

Podría ponerse un cartel con ese lema en la entrada de los centros comerciales, algo así como un "Arbeit macth frei" neoliberal.