Les conoces. Son esos hijos de puta que te hicieron llorar en el colegio, en el parque o al salir de inglés. Son Marta González y Lucía Arenal chismorreando en clase y riéndose de ti, viniendo a comentarte que no te invitan a su cumpleaños porque su madre sólo les deja invitar a 16; son Guillermo del Barrio y Nacho Acero convenciendo a los demás de que si se meten contigo no se meterán con ellos; son los borregos mirándote mal por aparecer escayolado después de que Chuti tirara con ese balón a dar y te hiciera un precioso tallo verde en el radio, “pero es que si Don Antonio ve la escayola le va a regañar”. Es tu incomprensible ilusión cuando Nacho García, que te puteó hasta la saciedad en el colegio, años más tarde va y te agrega al facebook. Y tú, que eres memo, vas y le agregas porque, por fin, aunque haya caducado,
te han admitido entre ellos.
Son esos hijos de puta que, además de pequeños, son malos; que cimentan su identidad en amedrentar a otros, los matones, las arpías, los que arrastran a la masa, los que se apropian del sonido “
risa del grupo” y lo convierten en zarza.
Pasan los años, algunos toman de su propio remedio y reculan, otros cambian de bando porque sí, otros pierden fuelle y se desdibujan en la masa, pero algunos siguen siendo los mismos hijos de puta de siempre.
Como los demás somos mayoría han aprendido a disimular, han afinado objetivos, en el mundo que ya no se limita a los 30 de clase se puede escoger. Y escogen a sus pringados favoritos, de los que tienen que reírse para poder convencerse cada día de que siguen siendo “los que molan”.
Los tenemos en medicina también, cómo no. Estos, eso sí, no suelen meterse con los empollones (sólo faltaba). Escogen más bien al rarito, al que no habla, al que no encaja. Lo buscan, ya de mayores, en los hospitales.
Allí, claro está, cómo cebarse con el personal (
que ellos creen) “inferior”, con lo sabiamente que han sabido blindarse. Cómo cebarse con el paciente habitual, que puede denunciarles o que podemos ser todos, ellos mismos, sus familiares. No, no. Tienen que escoger a alguien Débil. Y entre otros (des)afortunados hay un candidato a saco de boxeo que siempre pisa fuerte: el paciente psicótico. Ese cronicazo con gafas de culo de vaso que viste de esa forma tan atroz, esa mirada fija malrollera, ese movimiento incesante de boca buscando la saliva que secó el neuroléptico, esa respuesta inesperada de aquel primer brote que parece como tú o como yo, ese contacto desasosegante que hace que no sepas si te está escuchando o qué carajo te va a contestar. ¿Cómo no cebarse con él? No va a quejarse.
Funcionan entonces como adultos razonables en su vida y práctica habituales, pero recuperan la mala hostia de Lucía Arenal cuando encuentran una nota de psiquiatría en los antecedentes, cuando pides una valoración somática para un psicótico.
Son pocos, son los menos, pero hacen todo el ruido que pueden. Ponen una y mil excusas para no ver a esos pacientes, le despotrican a sus compañeros normales,
esos que son mayoría y simplemente sienten desconcierto ante un paciente distinto al habitual, sin mayor (ni per)juicio. Pero ellos no. No entienden que un psicótico necesite una cama de urgencia y lo comentan jocosos, cerca de él, a ver si con suerte lo oye. Manifiestan su rechazo sin pudor alguno, en la Urgencia, en el café,
en sus blogs, mientras construyen su kit de Nancy Especialista, buscando las risitas cómplices contra el diferente, coro de risas que les recuerden que ellos son los “pro”, los que deciden a quien se desprecia, la pandilla alfa, esa gente normal y guay a la que todos los médicos se desvivirían por atender lo mejor posible,
esa gente que nunca generaría rechazo por sus antecedentes.
Terror-de-posible-mala-praxis-por-dejadez aparte, pue confiamos en la mayoría sensata; cuando estos cretinos pasean ufanos su repulsa sólo viene una cosa clara y límpida a la mente: detrás del rechazo al diferente, al raro, al discordante, sólo hay un pozo de mierda personal que brota cuando os miráis al espejo, necesitando despreciar a otros para reafirmaros.
Ya me jodería ser como vosotros.