Estos días hemos leído y escuchado
con horror la historia de los 3 fallecidos en Alcalá de Guadaira.
Personas vulnerables, en condiciones socioeconómicas francamente
feas (y angustiosamente comunes) a las que ha sucedido algo
sobrecogedor. No se conocen aún las causas concretas (por muchas
elucubraciones que se hayan hecho), pero el caso sirve para señalar
un peligro que está ahí- el de la gente pobre arriesgando su vida
por necesidades básicas- y para desvelar lo perverso de algunas
reacciones. En MédisoCrático creemos que aunque higiene de las
suposiciones no garantice su acierto, al menos lo intenta.
Existen dos maneras de estar en el
mundo. En una siempre hay un malo al que echarle la culpa poniéndole
cara e iniciales, un tipo (dos-tres a lo máximo) que puede cargar
con toda la angustia que genera una desgracia que debió evitarse.
Esta cabeza de turco no suele aparecer en los desastres naturales, ni
tan siquiera en los actos bélicos; la creamos para las situaciones
que tienen un trasfondo grotesco porque podemos intuir que debió ser
fácil prevenirlas. En la otra forma de estar en el mundo uno no
trata de buscarle iniciales al responsable del Mal; sino que intenta
ampliar un poco las miras; quizá no fue esa situación concreta, en
la que suele haber un cúmulo de catastróficas desdichas, sino todas
las situaciones previas a ese hecho (quizá distantes en el tiempo y
el espacio) que abocaron a dicho evento.
En la forma del mundo en la que se
busca un culpable concreto se obtiene una respuesta simplista y que
le calme a uno la angustia; la vaga sensación de responsabilidad que
pueda tener uno "cómo estamos permitiendo que pasen cosas
así, esto no tendría que haber sucedido nunca" se
transforma en un "las cosas están bien como están, ha sido
este incompetente/malnacido/[inserte término según ubicación: periódico, bar o red social]". Y este bello y falaz
razonamiento se transforma en un "a mí esto no va a pasarme
porque me pienso encargar de cantarle las 40 al
conductor/fontanero/médico/socorrista que me toque, a mí no me
vacila nadie". Porque cuando uno escoge la versión simple
con culpables con iniciales se libra del Horror que supone ver que
son cosas mucho más grandes que tú y que yo las que habría que
cambiar, las que han provocado la tragedia, las que te vuelven
vulnerable.
El conductor del tren de Santiago, el
fontanero de Ortuella, el primer médico que atendió a esta familia, el
telefonista del SAMUR en el caso Madrid Arena, los pilotos de
Tenerife 77; todos espléndidos culpables.
Al respecto de estas muertes hemos
leído múltiples comentarios del tipo busco-iniciales-de-turco
cargando contra los médicos que atendieron a esta familia en una
primera ocasión, antes de que un segundo turno trasladara a la familia al
hospital. Uno puede creer que "han muerto porque a las 3 de la
mañana los médicos no querían trabajar, simple y llanamente"
[esto no deja de contrastar con
que a efectos prácticos si un médico de ambulancia no quiere
trabajar lo mejor que puede hacer es trasladar al hospital todo lo
que atienda, aunque eso implique hacer su trabajo francamente mal].
Los hay que, intentando ampliar un poco las miras, dicen "han
sido los recortes en sanidad, y por eso los médicos no han podido
hacer su trabajo".
O uno puede intentar pensar que hay
situaciones fatales a las que no habría que haber llegado. Que en un
estado de bienestar se realizan controles exhaustivos de los
productos básicos de necesidad (léase agua potable, comida,
vivienda). Que en un país de pobreza en cuarto creciente se entiende
por qué esos engorrosos controles de Papá Estado son necesarios.
Que en el momento en el que se recoge comida de la basura como norma,
se está exponiendo a la población a riesgos que no ha asumido como
peligros, el que quiera ir a comer pez globo, meterse farlopa o hacer
heli-ski está en su derecho; pero no comer veneno es un mínimo
social que no había que exigir porque era obvio. Zas en todos los
muertos.
Insistimos, no se sabe exactamente qué
ha sucedido; pero si finalmente esta familia no hubiera fallecido por
comer comida en mal estado (o esta comida hubiera sido adquirida
según los cauces normales) nos daría igual para lo que queremos
decir; el caso desvela una situación poblacional peligrosa, y lo
inquietante del simplismo.
No faltará el que diga que defendemos
a esos médicos por corporativismo. Sin embargo mantenemos una
postura parecida respecto a los casos antes nombrados y no somos
conductores de tren, ni fontaneros, ni telefonistas de ambulancias,
ni pilotos. Por supuesto que el conductor del tren no debió
distraerse en ese minuto fatal
[me atrevo a elucubrar que no habrá nadie que esté más convencido
de eso que él mismo] y ese telefonista del SAMUR no reúne
las habilidades necesarias para un puesto así [yalo había dicho él]. Nos sentimos incapaces de exigirle poderes de adivinación al fontanero, y el caso de Tenerife al menos
sirvió para que se desarrollaran los servicios de prevención de
riesgos, precisamente por lo complejo de aquel asunto.
A lo mejor es que somos corporativistas
con las personas, todas en general, y lo que creemos es que no hay
que empujar a la sociedad al abismo, porque antes o después algunos
individuos caen. Y no necesariamente será culpa de los individuos
que interaccionen con ellos en ese preciso momento.
No somos lemmings. No podemos dejar que
nos conviertan en lemmings. El Enemigo no es el muerto, ni el
desgraciado que no alcanza a hacer su trabajo [o
su trabajo no vale]. El Enemigo es quien nos
empuja a esta situación, y no hablo de "la clase política"
ni los empresarios bocazas de cada momento, porque son parte del Enemigo, pero no son el Enemigo. Por desgracia ese enemigo no tiene iniciales.
2 comentarios:
Me ha encantado el artículo. Necesaria dosis de sensatez. Con tu permiso lo comparto en Facebook.
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