En 1967 un señor llamado Seligman acompañado por su amigo Maier decidió hacer caso omiso a las señales lacanianas que les empujaban a montar una empresa de salchichas y decidió hacer un rato el mogol con unos perros.
Colocaron tres grupos de perros atados a unos arneses delante de unas palancas (no, no es nada sexual). El primer grupo se quedó ahí, figurando. Al segundo grupo le dieron una serie de descargas eléctricas, que podían interrumpir al presionar la palanca. Al tercer grupo le aplicaron las descargas que se les estaban dando a los chuchos del segundo grupo, sin que su palanca tuviera nada que ver con la corriente, por lo que desde su perruno punto de vista parecían azarosas e ineludibles. El primer y el segundo grupo se quedaron tan anchos al terminar la sesión. El tercer grupo se convirtió en un manojo de perros con síntomas depresivos (¡tachán!). En un vertiginoso alarde de creatividad llamaron “indefensión aprendida” a este encantador fenómeno. Pero lo escalofriante no viene aquí.
En la segunda fase del experimento colocaron a los mismos perros en una caja con desnivel, y volvieron a jugar a “achicharra al bicho”. Para escapar de la caja había que saltar un desnivel mínimo, perfectamente salvable, idéntico para todos los grupos. Los perros de los grupos 1 y 2 saltaron el escalón sin mayor problema (“probablemente bajo el ladrido interno de “hostia tú, qué calambre”). Sin embargo, la amplia mayoría de los perros del grupo 3, que habían aprendido que las descargas eléctricas vienen porque sí y uno no tiene control sobre ellas, se tumbaron en la caja y se abandonaron a la tortura, sin más oposición que un lloriqueo.
(El resto de los experimentos de Seligman y sus compinches no me vienen bien para lo que quiero contar, así que los omitiré elegantemente, según un criterio científico propio no mucho más endeble que el que reinaba en el último congreso al que has ido.
Además, si siguiera, tendría que contar como Seligman fue poseído y violado analmente por paulo coelho y probablemente no terminaras de cenar. Sí, ya, de nada.)
En cualquier caso, igual que Milgram nos enseñó que el ser humano es malo por borreguismo (algo así como 28 días después pero también con descargas eléctricas en vez de zombies (cada moda es cada moda)); Seligman nos enseña, bichos mediante, que el ser humano es imbécil por borreguismo (como en 28 semanas después). O más bien que la tendencia natural es a comportarse como un imbécil borrego. Lo cierto es que no todos los perros se quedaron a la sesión de fritura. Un tercio del grupo 3, por muy aprendido que tuviera el percal, se las apañaba para salir. Antes de que comentes que las personas no somos perros (y que los perros son inmunes al solanum y no pueden ser zombies) te diré que no seas gilipollas, porque este mecanismo también se describe en humanos. Con la salvedad de que en humanos las descargas eléctricas son mucho más complejas, así como las palancas. Seligman dio una explicación nauseabundamente cursi a este tercio de perros inmune al desaliento, que si bien ha hecho que brotaran más hello kitties en algún dormitorio infantil, le ha hecho vender unos cuantos best-sellers. Pero lo bueno de estas cosas es que uno puede quedarse con la parte que le salga del coño.
Paralerdamente unos años más tarde, en 1975, Iván Illich le daba la mayor hostia conceptual del milenio a la medicina y por fin nos hacía promocionar a la fase anal, poniéndole nombre a uno de los fenómenos favoritos de médico crítico (horrible nombre y peores personas), la iatrogenia, sustrato conceptual de la nunca suficientemente encomiada prevención cuaternaria y demás lucha contra la medicalización (qué tostón). Si bien la psiquiatría es una de las áreas más expoliadas por la medicalimemez, este fenómeno nos ha regalado perlas conceptuales como el F91 de la CIE 10, coronado por el glorioso F91.3, aka “trastorno oposicionista desafiante” (TOD). Al sector que sabe combinar colores de este humilde blog siempre le ha parecido crucial no subestimar al enemigo y por ende estudiar sus armas y su lixivia, porque uno nunca sabe cuándo va a poder usarlas contra ellos. Es por esto que aunque uno reniegue de las clasificaciones en las que es difícil no salir, no deja de ser interesante leer los criterios en base a los cuales se
Esta mañana JRMora nos regalaba esta hermosa viñeta al hilo del adormecimiento social de este nuestro país en particular y nuestro querido occidente en general, con la excepción, sí, de un par de aldeas irreductibles y caballos con gente dentro. Si unas líneas más arriba pensabas venirme con la milonga de que las personas no son perros, probablemente también me vengas con que las sociedades no son personas. En efecto, lumbrera. La cuestión no termina de ser si hay corrientes eléctricas, si nuestra palanca funciona o no, si podemos encontrar criterios de depresión mayor en grupos poblacionales o si deberíamos echar fluoxetina en los abastecimientos de agua. La cuestión es si una sociedad enseñada a comerse las descargas porque son incontrolables también seguiría soportándolas cuando fueran evitables. Porque puede que ni la sociedad ni las personas correspondan al modelo seligmoso, pero quizá no deje de ser un masticado-para-tontos que algo de tuétano deja entrever.
Y si es así y la sociedad nos pueriliza y convierte en canes y somos así manejados, puedes ser que también podamos encontrar a nivel colectivo el F91.3, y no el optimismo (puaj) al que seligman atribuía la resistencia de algunos chuchos.
Y si es así, y tu sensación de indefensión ante gobiernos, diaz-ferranes, mentiras arraigadas y crisis-sólo-para-los-de-siempre equivale de algún modo a una descarga eléctrica que te da otro; la pregunta es si tú, ni perro ni sociedad, estás comprobando continuamente si puedes salir de la caja o ya te has tumbado a llorar. Porque puede que no haya experimento, y puede que lo haya y un arnés te tenga sujeto. Puede.
Pero cuán atroz sería que pudieras zafarte de la hez que te ha tocado vivir y estuvieras sufriéndola por no cuestionar lo aprendido, Lassie.
4 comentarios:
Gracias, leona.
¡Genial posT Marta!
Acabo de leer este otro de Jordi Sevilla sobre lo que subyace a las reivindicaciones actuales en Francia y como nos conformamos con que el escenario simplemente no se desmonte.
http://blog.jordisevilla.org/2010-10-17/nuestra-revuelta-francesa/
y ahi os me habeis quedado reverberando los dos.
Me he partido de risa con la entrada. No conocía el blog y me parece más que interesante.
Y vuestra actitud independiente hacia la industria farmacéutica, digna de admiración en los tiempos que corren.
Un saludo.
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