En 2001, “Génova, 20 de julio”, significa el primer asesinato directo a uno de los nuestros, el primer balazo a conciencia a uno de los manifestantes que trataba de llevar el Otro Mundo es Posible a allá donde se trajinaban los polvos que traen los lodos de hoy. Una cumbre del G8 donde con total naturalidad se apostaba por mantener a millones de personas hambrientas y a otros pocos millones idiotizados a base de consumo galopante y propaganda travestida de prensa; objetivo a todas luces conseguido. Un asesinato impune contra un movimiento antiglobalización que pedía poner freno a la rapiña de las multinacionales, a la barbarie al amparo de los vacíos legales, que pretendía devolver el dinero a su lugar y su lugar a las personas. Que pretendía poner freno a que un occidental valiera más que un negro (fuera literalmente negro, árabe, asiático u occidental descarriado en formato cuartomundo). Justo eso sí lo consiguieron, de pronto el asesinato de un occidental costó lo mismo que el de un paria de la globalización: Nada.
[Inserte usted mismo el recursodemierda de moda en esta época, rememorando todos los gadgets que no había en 2011 y en los que igual hasta está leyendo esto. Busca simbolismos de todo a cien y hazte una paja con ellos. Ya has cumplido con los deberes de tu generación.]
Diez años más tarde “Génova, 20 de julio”, es el lugar donde miramos a ver si por fin, en este país con su propia plaza Tahrir mancillada por magufos, encontramos un atisbo de decencia en la clase política; hoy 20 de julio que gozamos de una de esas escasas dimisiones tras un caso de corrupción flagrante y vergonzoso hasta la náusea (¿o era que así son todos?). Una de las pocas ¿alegrías? que podemos llevarnos, vislumbrando un atisbo de sentido común poblacional. Durará poco.
Una dimisión paripé, que es lo más parecido a una victoria que tenemos (o tendremos) en este país donde, como tantos otros, la corrupción está a la vuelta de la esquina y no se llama corrupción, porque eso sólo lo hacen los negros, y si acaso los italianos. Nosotros sólo nos aprovechamos de las oportunidades que se nos dan. Mientras, nuestras propias mentiras nos van quemando.
Tal día como hoy, hace 10 años, la muerte de Carlo Giuliani debió provocar, si la Unión Europea fuera aquello que nos quisieron vender (hoy ni se molestan en disimular su buitresca facies), una regulación estricta de los cuerpos de seguridad de los estados, con una limitación infranqueable del uso de la fuerza policial durante las movilizaciones; fuerza policial que debiera emplearse para garantizar la seguridad de la población (empezando por los manifestantes) y nunca para reprimir las protestas, y mucho menos para asesinar a los que protestan.
Lo que sucedió en realidad: valga una muestra, diez años más tarde un hijo de Puig-ta queda indemne tras el uso salvaje de la fuerza desalojando las protestas del #15M en barcelona y otra vez, volverá a no pasar nada.
Diez años más tarde, este hijo de Puig-ta no es rara avis. Estos diez años han servido para que el resto de presos de galeras que rema con nosotros no sólo no proteste, sino que se crea a pies juntillas la propaganda que tacha a los manifestantes de violentos antes siquiera de escuchar lo que dicen. Presos de galeras que, cutrecitando, despotrican contra “los inmigrantes que vienen a robar y luego votan a camps”.
No cambió el mundo, cambiaron las protestas. Ya no decimos otro mundo es posible, nos tenemos que conformar con evitar desahucios. Somos la puta que pone la cama; si en aquella Génova intentamos liberarnos del chulo y empezar una vida nueva, hoy peleamos porque entre cliente y cliente nos dejen cambiar las sábanas.
Estos diez años nos colocan como la generación que trató de enfrentarse al poder y se llevó una colleja y se fue castigada al rincón (a las rastas como única disidencia, al turismo solidario, al salvanegrismo patrocinado por multinacionales y al volver a la caridad abandonando la rabia). Comiéndose una supuesta crisis que curiosamente no afecta a ninguno de los que manejaba el mundo entonces; cada vez más monstruosamente ricos. La generación en que protestan uno de cada diez y los otros nueve se creen que no va con ellos.
La generación que ve cómo se pulveriza el estado de bienestar y no es capaz de hacer nada para evitarlo.
Dice RobertoSánchez (léanlo todo junto) que al final se llega, que cuesta el doble pero se llega. Le creo. Pero me cuesta ver cuál es el camino, si aquello que pareció el principio de su fin resultó ser más bien el final del nuestro.
Ojalá seamos la generación de la que se rían los que sí consigan aquel otro mundo posible. La generación pardilla a la que fueron quemando (y se dejó quemar) poco a poco, pero cuyo fracaso fue reversible.
2 comentarios:
pero qué capacidad tiene ustedes de hacer de las letras arte crítico. genial post.
y que hay de wikileaks y ese rubio con cara de friki, y de haití, y del 15M que habrá dentro de un aí.
Sírvanse, la botella de pesimismo está abierta y mejor la acabamos hoy, así mañana abrimos otra; a ver de que toca!
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