Leíamos esta semana que los dos
gigantes de Silicon Valley
(ese lugar con nombre de mansión de
villano de Marvel) ofrecen a sus empleadas
la posibilidad de congelar sus óvulos para
posponer sus embarazos a una etapa de menor
exigencia laboral y así cumplir con los objetivos profesionales y
familiares.
Ante este tipo de noticias en la
redacción de MédicoCrítico* solemos frotarnos las manos, incluso cuando resultan ser virales. Lo tiene
todo: grandes corporaciones odiosas e irresistibles, fervor
neoliberal, "nuevas formas de entender el mundo (antiguamente
conocidas como jugar a ser dios)", exaltación de las
diferencias de género ligadas a la única diferencia objetiva, la
capacidad de gestación... Cualquier noticia controvertida que
implique a la mujer y a las mujeres tendrá además su respuesta
automática, la lucha sororicida entre las facciones
antipatriarcales. Hay una
tendencia popular a entender que esta inquina de fuego amigo dentro
del movimiento feminista (abolicionistas
vs reglamentaristas, feministas de la diferencia vs feministas de
verdad de
la igualdad) es lesiva o signo de debilidad; sin tener en cuenta que
quizá sea lo lógico dentro del movimiento que se enfrenta a un
enemigo de 10.000 años de edad, contra el que todavía es necesaria
la guerra de guerrillas atacando desde mil puestos distintos, a veces
aparentemente enfrentados. Como si la controversia que genera una
medida en torno a los úteros del capital fuera lesiva para quien
defiende a ese curioso envoltorio que suelen tener los úteros. Nada
más lejos. Esa controversia sólo señala el lugar donde se libra la
batalla contra el patriarcado asentado dentro de nuestras propias
cabezas. Y de eso va este post.
De
entrada surge que es un gesto honesto dentro las normas de juego en
las que reinan Apple y Facebook. La maquinaria neoliberal que
convierte a las personas en productos de consumo ofrece elección de
consumidoras a las trabajadoras, que pueden comprar garantía**
biológica de hijos sanos, y así comprarse el pack vida
profesional+familiar entregando a la Corporación (en adelante
Umbrella) no sólo su plusvalía sino su eterno agradecimiento. Otro
latigazo de la esclavitud blanda.
Surge a continuación rechazar de plano
esta medida puesto que perpetúa la mentalidad vigesimónica (del
s.XX, para quien le cuesten los neologismos) de que para que una
mujer desarrolle su carrera profesional debe convertirse en
hombre***. Que lo justo es una política que concilie (palabra
grimácea donde las haya) el desarrollo profesional y el familiar,
sin que sea la trabajadora la que experimenta la renuncia. Que en
esta vida no se puede tener todo, en efecto, pero es Umbrella la que
debe renunciar, entendiendo que no ha de tener esclavos sino
trabajadores.
Pero con furia fractal surge otro
rechazo; parece que si uno quiere defender el derecho de los humanos,
particularmente de los humanos mujeres, a escoger el momento en el
que quieren llevar a cabo sus hitos biográficos, colectivamente se
tiende a asumir que lo prioritario es lo gestacional. No en vano se
habla de "desarrollo profesional vs desarrollo personal".
Como si para una mujer no pudiera ser igual de personal el llevar
adelante su vocación laboral como criar a sus vástagos. Ante la
duda lo personal es lo físico, porque tu sueño de construir puentes
levadizos, querida, no es personal. Aunque estemos defendiendo
a rabiar tus intereses como mujer, eso de construir puentes sigue
teniendo connotación prescindible. Que queremos que hagas las dos
cosas, trabajar y reproducirte, pero lo primero es lo primero.
Siguiente rizo. Ya hemos dicho en **
que la garantía biológica de hijo sano es cuestionable, pero sin
duda surge otra cuestión. En nuestra inopinada defensa de los
derechos de las mujeres también surgirá el pensar en cómo será la
crianza de los niños con padres añosos. Cómo harán esos
adolescentes, que ya lo tienen difícil de por sí con unos padres de
unos 40 cuando les toquen padres de 60. Las brechas generacionales,
las incomprensiones o las distintas fuerzas de un humano de 30 para
levantarse ante un lactante insomne vs las que malconserve un humano
de 50. Crítica colectiva a la capacidad colectiva de criar y educar.
Cuando uno se sienta detrás de una mesa de psiquiatría infantil****
constata una cosa. Que si hay algo que hace daño a los niños y a
los adultos que les descubren el mundo es la tonelada de asunciones y
exigencias externas con las que les toca lidiar.
Cojamos esta rama, que tiene flores. La
parentalidad se desarrolla ante cada nuevo hijo soportando la carga
de miles de generaciones anteriores; la infancia de cada hijo se
condiciona por la infancia que tuvieron sus padres y cómo fueron
criados por sus propios padres, lo cual les permite construir la
imagen de qué padres quieren ser ahora, sea por imitación o por
oposición. A su vez los padres de los padres construyeron su
parentalidad en torno a su propia infancia, con sus propios padres...
y así eslabón por eslabón, en columnas entrecruzadas que se
retraen a la noche de los tiempos, cimentando las culturas y las
sociedades. Muchas de estas columnas, sanas y vivas van creciendo
sólidas. Otras sin embargo, dañadas y vapuleadas se sostienen
clavándose contra cada generación nueva, arrastrando maldiciones
no-precisamente-mágicas. Esas columnas, cuya carga vertical se hace
insoportable acusan como ninguna los golpes laterales que les
proporciona cada momento social. Sois demasiado mayores. No sabéis
hacerle estar callado. Le consentís demasiado. Pasáis demasiado
poco tiempo con él. Tiene que obedeceros ciegamente, porque lo
importante no es que desarrolle autocontrol y eso le permita tomar
sus propias decisiones cuando sea adulto; lo importante es que lleve
desde Infantil un sello de excelencia que haga que Umbrella lo quiera
contratar. No contentos con las columnas verticales pretendemos una
columna horizontal que presione a todos los padres-madres jóvenes, a
todos los padres-madres añosos, a todas las madres trabajadoras;
uniformando, aplicando más presión de miles de elementos. Sin
entender que cada mujer es un mundo, cada crianza es un mundo, cada
generación ya trae suficiente presión y generalización vertical
como para añadirla por los laterales. Las columnas sólidas lo
soportan. Las columnas dolorosas se retuercen y quiebran bajo esa
presión.
Salgamos y miremos de nuevo el paisaje.
Umbrella repugna, pero no es la
repugnante. Son las normas de juego neoliberales las que colocan a
Umbrella en esa posición dentro de la cual su movimiento
congelaóvulos es perfectamente coherente. Un sistema redondo y
estable como el neoliberal (concretamente una bola de pinchos que se
estabiliza clavándose en la carne de sus esclavos) sólo puede
nutrirse de un sistema aún más estable y redondo, mucho más
arraigado en la historia, en las columnas familiares, en tu propio
pensamiento. De ese otro sistema también somos esclavos. Las
respuestas de rechazo mantienen de fondo el considerar a los úteros
en su conjunto. A los padres en su conjunto. A los trabajadores con
útero como uno solo.
Nos encanta esta noticia. Porque no
aporta nada nuevo respecto a Umbrella o al neoliberalismo. Pero en el
rechazo que te genera puedes palpar toda la mierda patriarcal que te
remueve. Puedes palpar cómo subrepticiamente estás opinando qué es
lo que deben hacer las mujeres (como si fueran sólo una), por qué
deben hacerlo, cuál es en el fondo su prioridad vital y cómo y
cuándo debe ser la crianza de sus hijos. Eso que está detrás de tu
rechazo es pus patriarcal, y te está avisando de cómo drenarlo.
*compuesta por unos 50 flamencos
picoteando sobre máquinas de escribir y un mono en velocípedo que
nos trae café
** lo de la garantía es relativo, ya
lo saben ustedes, pero para disquisiciones celulares váyanse a
pubmed que aquí nos aburren
*** insistimos, la única diferencia
real entre hombres y mujeres es que unos pueden gestar y otros no. A
los que se revuelvan diciendo "pero somos diferentes, yo soy
sensible, visto de rosa, conduzco prudente y escucho a Pablo Alborán"
le contestaremos que nos parece muy bien que haya tragado con toda la
impronta cultural que le han metido, pero que entienda que no tiene
absolutamente Nada que ver con sus cromosomas. Bueno, nos parece bien
salvo lo de Pablo Alborán, que es un drama con entidad propia.
**** detrás de una mesa de psiquiatra
de adultos se acaba constatando exactamente lo mismo, no se vayan a
creer, solo que uno siente que llega con décadas de retraso.