De los creadores de “el mundo debería estar llevado quinceañeros (todo funcionaría igual de mal pero estomagaría menos)” y “me temo que he visto demasiadas veces el vídeo de Loewe” llega: “a ver si porque paulo coelho exista no nos vamos a poner a veces sensibleros los demás”.
En las calendas de algún mes del invierno (nuclear) de 2005, enero, febrero, o alguna obscenidad fría por el estilo cayó nieve iterativa y perseverante (cual retrasado mental) hasta densocuajar y parecer por un segundo que de verdad estábamos en un país europeo.
Al llegar a la sacrosanta Facultad de Medicina de la UAM (arrodíllense) generatriz de ambivalencia afectiva do las haya, amén de constatar que esa ¿leyenda urbana? de que la estructura es una copia de una cárcel finlandesa podría tener cierta base real; un sector de subnormales decidimos quedarnos jugando con la nieve. A costa, de hecho, de una falta en anatomía II con lo que ello implicaba (si no lo sabes, alégrate). Total, para otro día anodino más, por qué no jugar a niño soriano de la posguerra (bueno, con pantalón largo).
En algún momento, víctimas de un arranque de ramanujínea originalidad los 5 ó 6 pazguatos sorianos decidimos hacer, sí, agárrense al teclado, va a sorprenderles, un muñeco de nieve. Quedó medianamente aparente y con ánimo expansivo (cual reclutas maniformes camino del prostíbulo de área) decidimos bajarlo en parihuelas al aulario.
Abrimos la entrada delantera de la clase de primero, donde una humanoide de laboratorio trataba de contar algo de unas proteínas; empujamos nuestra escultura y vociferamos desde atrás “¡saluden al erasmus finlandés!”. Los cientoypico asistentes interrumpieron la clase, vitorearon y aplaudieron con beneplácito de la bioquímica docente que les llamó al orden mientras carcajeaba franca, durante los no llega a treinta segundos que dejamos dentro al gélido monumento a la originalidad. Lo sacamos, dejamos que la clase siguiera y nos largamos con, insisto, menos de un minuto de retraso y franco mejor humor en los asistentes (dígame usted, láminas beta o un muñeco de nieve. Tic-tac tic-rm).
Ufanos y alcanzando la manía psicótica nos lanzamos a la clase de tercero (los pobres desgraciados de segundo estaban en un sótano, rodeados de cadáveres como todas las mañanas de aquel año) y empujamos al ya algo húmedo muñecajo al aula, de nuevo por la puerta delantera. Me asomé más que en la ocasión anterior y pude comprobar como el profesor, de anatomía patológica para más señas (humor y diversión a raudales, sí), lanzaba una mirada displicentérrima mientras seguía leyendo el powerpoint sin inmutarse. Persistió el silencio sepulcral en el aula y sólo alcancé a ver a un tipo en la primera fila (uno que era un gilipollas, encima) esbozar media sonrisa mientras seguía copiando apuntes.
Ríete tú de olanzapinazos para bajar manías. Con chafamiento nivel “yo creía en los reyes magos y en 2004 voté a zapatero” observamos la cristalizatio de lo que hacen dos años de FM-UAM con el humor de los rebaños.
Hoy licuonevaba en el camino a Leganés y recordé esta historia. Decidí contarla porque me hallo en una fase marengo-laboral en la que cualquier otro intento de escribir se me atasca en los dedos y convierte en padrastro (y mira, no, que una es una señorita). Al redactarla sin embargo no he podido evitar pensar que meter bolas de nieve apiladas con bufanda en un aula es una memez. Y sin embargo recuerdo que me hacía gracia, y, por si lo fueran a atribuir a la edad, había gente en aquella escena bastante mayor de lo que soy ahora que también se rió y pudo sacarse por unos segundos el palo del culo. Et pourtant.
Supongo que, al final, el sistema siempre gana.