Estos días hemos leído un artículo
difundido por las redes sociales acerca de cómo apoyar (de verdad)
la lactancia materna. Alabo la intención general del artículo, en
la que se menciona la necesidad de no hacer críticas constantes, no
entrometerse en el modo de hacer las cosas de cada madre y (sobre
todo) dar apoyo "indirecto" en vez de criticar.
Sin embargo en el mensaje de promoción
de la lactancia materna (y me salgo de este texto en concreto,
viniéndome a la cabeza decenas de textos, clases universitarias y
otros eventos), algo me chirría. La imposición disfrazada de
mensaje de ánimo. El trasfondo de "si eres buena madre darás
el pecho" que aboca inevitable a "¿y si no lo doy? ¿y si
no quiero darlo? ¿soy inevitablemente una mala madre entonces?".
La constante homogeneización de la mujer durante la maternidad, en
la que parece que todas han de sentir lo mismo, todo gozo y
maravilla, todo animal e instintivo, todo pura felicidad. Recuerdo
que como ciudadana (al ver niños nacer en mi entorno) y como
estudiante de medicina me tragué esa mentalidad y contribuí a
difundirla. Generalicé sobre "lo que quieren las madres",
"lo que sienten las madres", "lo que necesitan las
madres". Y fue al empezar a trabajar en una red de salud mental,
donde llega todo aquello tildado de "fuera de la norma"
cuando me caí del caballo y me pregunté qué carajo había estado
haciendo.
En mi trabajo como psiquiatra
((DJ)residente) he atendido, tanto de urgencia como en el centro de
salud mental a muchas madres recientes. Muchas de ellas agotadas,
ojerosas, extenuadas, cuestionadas hasta la saciedad por sus propias
madres o suegras o hermanas o cuñados o amigos/as o tías o ginecólogas o
pediatras o vecinas o ________ [inserte subtipo de brasas]. La mayoría de ellas
añadía al agotamiento una profunda tristeza, una sensación de
incapacidad y de menosprecio ajeno y (peor aún) propio, y una
incapacidad para asumir el rol de madre gozosa e incansable que se
esperaba de ellas. Una cantidad no desdeñable de estas mujeres
quería morirse, desolada por su suspenso en maternidad. La
inmensísima mayoría daba el pecho a sus hijos. Indefectiblemente,
en todas aquellas que alimentaban a sus hijos con lactancia
artificial inmediatamente se disparaba una justificación y una
mirada huidiza. Una disculpa por no estar cumpliendo con su
obligación.
En aquellas mujeres, recientemente
madres, agotadas y hundidas, en las que consideré (y ellas
estuvieron conformes) que la sintomatología podía mejorar al
introducir medicación ansiolítica/antidepresiva siempre planteé la
misma pregunta. ¿Quieres que te ponga un fármaco compatible con la
lactancia o uno que la contraindique y así puedes dejarlo y decir
que es culpa mía? En todas y cada una de ellas percibí alivio al
hacer esa pregunta. Porque alguien las estaba dejando escoger, sin
imponer "la opción buena vs la opción egoísta". La mater
amantissima contra la egoísta desnaturalizada. Alguien estaba
preguntándole por su opinión. Sin promoción, sin avasallamiento
(por muy dulce y sonriente que sea el avasallamiento).
Hago constar que en este blog estamos
totalmente de acuerdo con que la lactancia materna es una oportunidad
espléndida para el vínculo madre-hijo, la opción óptima
nutricionalmente para el bebé, la más saludable para éste y además
la más barata y asequible. Y por si fuera poco la que más fastidia
a la Industria Farmacéutica, lo cual ya nos genera un (plus de)Goce
que nuestros lectores habituales se medio imaginan. Defendemos
también que la crianza es una etapa crucial en la que lo idóneo es
que participen ambos progenitores por igual, en el que tengan el
máximo apoyo familiar posible y al que debe dar un respaldo
social e institucional.
Lo que en MédicoCrítico nos repatea,
escuchando a muchas pacientes, a muchos compañeros, a muchos medios
de comunicación y al mundo en general, es la cosificación de los
individuos por causa X. En este caso la anulación de las mujeres
como individuos con sentimientos y criterios propios al convertirse
en madres. Una opción buena y nutricionalmente óptima puede
convertirse en una tortura si la mujer de cuyo cuerpo depende esa
lactancia está viviéndola como algo aborrecible. Cualquier opción,
si es porque sí, corre el riesgo de atragantarse y generar
sufrimiento. La madre extenuada y culpabilizada porque no hace las
cosas como la Liga de la Leche dice, no puede
vincular bien con su bebé por mucho que le ponga al pecho X horas al
día. Repito, estamos más que acostumbrados a leer una ristra de
cosas que sienten "las madres" (la sensación más
maravillosa del mundo, un enamoramiento único con tu bebé que pasa
a ser lo único que te importa en el universo, unos instintos
animales que te enseñan lo que debes hacer (cito literal)), como si
fueran un sólo organismo sincitial e indiferenciado, en el que todas
por ser madres experimentaran, opinaran y desearan lo mismo. Pues no,
miren, no. Las madres siguen siendo personas. Unas tienen unas
sensaciones maravillosas, otras están acojonadas por lo que se les
ha venido encima y otras no paran de rumiar en todas las cosas que
pueden estar haciendo mal, y así hasta varios miles de millones de
"formas de pensar de madre", tantas como mujeres con hijos
hay. Y todas ellas pueden hacer un vínculo estupendo con su bebé.
Pero en lo que sí nos atrevemos a
generalizar es en que si alguien está sintiéndose desgraciado, es
difícil que pueda disfrutar de una experiencia. Y las mujeres tienen
derecho a disfrutar de su maternidad sin que una matrona, una
pediatra, una ginecóloga, un marido, una suegra, tres cuñadas, un hijo mayor y
por supuesto 17 psiquiatras le digan lo que Debe hacer.
Particularmente si existen otras opciones perfectamente buenas,
aunque en la teoría no sean las óptimas. Una lactancia artificial
disfrutada siempre nos parecerá mejor que una lactancia materna
sufrida. La parentalidad responsable no necesita pasar por el
sufrimiento, por más que nos vengan reminiscencias judeocristianas.
La mayoría de las mujeres a las que
planteé esa pregunta escogieron un fármaco compatible con la
lactancia. Pero lo hicieron sonriendo (lo poco que podían) y muchas
me agradecieron de forma explícita el que les brindara esa opción.
A veces cuando uno tiene alguien agotado delante sólo tiene que
hacerle preguntas abiertas. A lo mejor hace mucho que no escuchan
una. Otras escogieron la medicación contraindicada, terminaron con
la lactancia materna y yo jugué mi papel de mala de la película.
Pudieron descansar, desatragantarse del brete en el que se hallaban
metidas y empezar a disfrutar del rato de alimentación del bebé, en
vez de sufrirlo. Creo sinceramente que todas eran "buenas
madres", preocupadas por el beneficio del bebé, pero con
distintos caminos para poder llegar a prestar el sustento y apoyo que
un hijo necesita.
A lo mejor la forma de apoyar a las
mujeres que lactan y a las que no, a los hijos, a los padres, y en
general a todos los individuos que conforman cualquier comunidad es
concentrar las exigencias en las instituciones y en la sociedad, y
respetar la variedad de opciones dentro de los individuos. En este caso exigir
buenos programas de obstetricia y neonatología diseñados para
beneficio de los usuarios; sancionar a los establecimientos que
tratan de impedir que se lacte en público, etc etc, pero no inundar
la cabeza de ninguna persona con vías únicas.
Al fin y al cabo Salomón encontró un
método brillante para discernir buenas y malas madres. Pero igual a
ninguno de nosotros nos corresponde ser Salomón.