Hace justamente un mes, en la XV Feria de Muestras-digo perdón, XV Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría su presidente, Jerónimo Saiz, abogaba por el uso de palmitato de paliperidona (distribuida como Xeplion) en el Tratamiento Ambulatorio Involuntario (TAI). Desde entonces se han producido varias respuestas institucionales espantadas.
El concepto de TAI ha levantado ampollas históricamente, siendo defendido y rebatido profundamente desde diversos sectores. Uno podría entender la demanda de ciertas asociaciones de familiares que han pedido tradicionalmente su instauración, como se puede comprender también que no deja de suponer una violación de los derechos humanos que un loco por muy loco que sea sigue teniendo. Como casi siempre en la vida, en cualquier caso, uno puede tratar de resolver sus dudas en la Cochrane . De lo que vienen siendo las implicaciones morales del TAI no voy a hablar ahora, uno porque han corrido ríos de tinta al respecto, y otra porque en postpsiquiatría lo han resumido perfectísimamente.
De todo este turbio asunto con Saiz a la cabeza hay un matiz que en médicocátaro nos preocupa especialmente. De la práctica habitual de convertir los congresos en ferias de muestras (valdecasas dixit) y de la deriva de la función de las sociedades científicas, cada vez menos científicas y más marketing de la industria farmacéutica (o diagnóstica) no vamos a hablar hoy (como tampoco hablaríamos de los genitales de nacho vidal, amparándonos en el clásico: “qué podríamos decir que no se haya dicho ya”).
Sin embargo este publirreportaje en la SEP tiene una trampa algo más perversa de lo habitual. Si janssen consigue colocar el palmitato de paliperidona como fármaco de primera elección entre los inyectables, cosa de la que va camino, y en efecto se implanta el TAI, disfrutarán de la delicia de cualquier empresa: no es que tu cliente escoja el producto, es que le obligan a adquirirlo. Vale que en sanidad los conceptos cliente-pagador-usuario-prescriptor se difuminan y confunden, pero no creo que las arcas del laboratorio se líen en absoluto. Resumiendo, lentejas marca Xeplion por orden judicial. Defécate, ave psitácida.
Lo cual nos lleva a.
A veces uno se pone distópico y piensa que en estos tiempos de refundación del capitalismo digo pulverizatio del estado de bienestar se vislumbra ya la dinámica de las próximas décadas o siglos: la pelea no va a estar en defender los cada vez más difuminados derechos fundamentales sino en afinar los derechos de los consumidores y actuar desde ahí (al fin y al cabo algo así se esconde tras las políticas de boicot a empresas concretas, Noria-like, que puestos a lo malo, ni tan mal). Si es ahí donde nos encaminamos me sé de unos que se lo están montando de puta madre. Porque, querido ciudadano enloquecido, ni creemos que pueda usted ampararse en sus derechos individuales (mundo anglosajón-like, que manda narices) para negarse a ser medicado ad æternum ni parece que vaya a tener posibilidad de escoger con qué, dadas las artimañas pseudocientíficas utilizadas para colocarlo como mejor opción, pese a no haber comparado dicho fármaco con ningún otro inyectable (exclusivamente una no-inferioridad a risperidona, de superioridad no hablemos). Se podría haber comparado, por ejemplo, con uno de los que cuesta 40 veces menos, diferencia presupuestaria con la cual quizá puedas organizar un sistema comunitario gracias al cual no necesites obligar a la gente a pincharse, sino que favorezcas que lo hagan voluntariamente. La típica tonteriíta, vamos. Si Basaglia levantara la cabeza os ponía a cavar zanjas, así te lo digo.
Aunque en verdad, tampoco hay que preocuparse demasiado, ya que este nuevo sistema está francamente bien autorregulado: antes o después a Xeplion se le acabará la patente, y nadie promoverá su aplicación forzosa, sino la aplicación de otro. (En otro capítulo podríamos hablar de qué harán cuando se les acaben las combinaciones fonéticas para nombres de fantasía. Quizá implosionen y sea el comienzo de otra era. Probablemente igual que esta, solo que un poquito peor).
En resumen. El TAI ya nos horrorizaba de antes. La putrefacción de las sociedades científicas también, pese a lo cual tratamos de infiltrarnos en algunas ellas para abogar por la independencia (suspiro). La perversión de los ensayos clínicos también nos horrorizaba de antes. Nada nuevo bajo la enana marrón. Pero ver las tres cosas articuladas y lúbricas, girando destructivas sin que nadie las detenga nos marea, incluso un pelín más de lo habitual.
Me voy, a ahogar las penas en haloperidol-cola.
El concepto de TAI ha levantado ampollas históricamente, siendo defendido y rebatido profundamente desde diversos sectores. Uno podría entender la demanda de ciertas asociaciones de familiares que han pedido tradicionalmente su instauración, como se puede comprender también que no deja de suponer una violación de los derechos humanos que un loco por muy loco que sea sigue teniendo. Como casi siempre en la vida, en cualquier caso, uno puede tratar de resolver sus dudas en la Cochrane . De lo que vienen siendo las implicaciones morales del TAI no voy a hablar ahora, uno porque han corrido ríos de tinta al respecto, y otra porque en postpsiquiatría lo han resumido perfectísimamente.
De todo este turbio asunto con Saiz a la cabeza hay un matiz que en médicocátaro nos preocupa especialmente. De la práctica habitual de convertir los congresos en ferias de muestras (valdecasas dixit) y de la deriva de la función de las sociedades científicas, cada vez menos científicas y más marketing de la industria farmacéutica (o diagnóstica) no vamos a hablar hoy (como tampoco hablaríamos de los genitales de nacho vidal, amparándonos en el clásico: “qué podríamos decir que no se haya dicho ya”).
Sin embargo este publirreportaje en la SEP tiene una trampa algo más perversa de lo habitual. Si janssen consigue colocar el palmitato de paliperidona como fármaco de primera elección entre los inyectables, cosa de la que va camino, y en efecto se implanta el TAI, disfrutarán de la delicia de cualquier empresa: no es que tu cliente escoja el producto, es que le obligan a adquirirlo. Vale que en sanidad los conceptos cliente-pagador-usuario-prescriptor se difuminan y confunden, pero no creo que las arcas del laboratorio se líen en absoluto. Resumiendo, lentejas marca Xeplion por orden judicial. Defécate, ave psitácida.
Lo cual nos lleva a.
A veces uno se pone distópico y piensa que en estos tiempos de refundación del capitalismo digo pulverizatio del estado de bienestar se vislumbra ya la dinámica de las próximas décadas o siglos: la pelea no va a estar en defender los cada vez más difuminados derechos fundamentales sino en afinar los derechos de los consumidores y actuar desde ahí (al fin y al cabo algo así se esconde tras las políticas de boicot a empresas concretas, Noria-like, que puestos a lo malo, ni tan mal). Si es ahí donde nos encaminamos me sé de unos que se lo están montando de puta madre. Porque, querido ciudadano enloquecido, ni creemos que pueda usted ampararse en sus derechos individuales (mundo anglosajón-like, que manda narices) para negarse a ser medicado ad æternum ni parece que vaya a tener posibilidad de escoger con qué, dadas las artimañas pseudocientíficas utilizadas para colocarlo como mejor opción, pese a no haber comparado dicho fármaco con ningún otro inyectable (exclusivamente una no-inferioridad a risperidona, de superioridad no hablemos). Se podría haber comparado, por ejemplo, con uno de los que cuesta 40 veces menos, diferencia presupuestaria con la cual quizá puedas organizar un sistema comunitario gracias al cual no necesites obligar a la gente a pincharse, sino que favorezcas que lo hagan voluntariamente. La típica tonteriíta, vamos. Si Basaglia levantara la cabeza os ponía a cavar zanjas, así te lo digo.
Aunque en verdad, tampoco hay que preocuparse demasiado, ya que este nuevo sistema está francamente bien autorregulado: antes o después a Xeplion se le acabará la patente, y nadie promoverá su aplicación forzosa, sino la aplicación de otro. (En otro capítulo podríamos hablar de qué harán cuando se les acaben las combinaciones fonéticas para nombres de fantasía. Quizá implosionen y sea el comienzo de otra era. Probablemente igual que esta, solo que un poquito peor).
En resumen. El TAI ya nos horrorizaba de antes. La putrefacción de las sociedades científicas también, pese a lo cual tratamos de infiltrarnos en algunas ellas para abogar por la independencia (suspiro). La perversión de los ensayos clínicos también nos horrorizaba de antes. Nada nuevo bajo la enana marrón. Pero ver las tres cosas articuladas y lúbricas, girando destructivas sin que nadie las detenga nos marea, incluso un pelín más de lo habitual.
Me voy, a ahogar las penas en haloperidol-cola.