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23.4.15

Psicosis en la adolescencia, otras historias de terror y cinco minutos sagrados

Y es que es francamente complicado.

Si hace unas semanas tocaba exprimir hasta la náusea qué rasgos “excesivamente normales”(sic) del piloto podían haberle llevado a estrellar el avión, esta es la semana monográfica del linchamiento al adolescente psicótico medio. Porque, total, pararse a pensar que si una psicosis puede ser devastadora en un momento avanzado de la vida, su versión infantil/adolescente resulta extraordinariamente dolorosa no vende tantos titulares ni genera tantos comentarios de bar, así que “prudencia periodística” parece el nombre en latín de un pájaro extinto.

Haciendo un esfuerzo owenjonesiano de superación del odio al cuñarcado periodístico y de a pie, hemos de decir que aunque los comentarios desafortunados de expertos exprés sean lo que primero crispa, también somos conscientes de que infinitamente más graves son los problemas estructurales que se destapan. Léase encontrarnos con un programa de detección de la violencia propuesto de la noche a la mañana a golpe de titular, por un grupo político que está a cuatro semanas de unas elecciones.

Antes de seguir no me queda otra que recordar las premisas básicas para poder hablar de cualquier concepto relacionado con salud mental:

Ley nº 1: que la imagen de la locura que tiene la población general sigue secuestrada por la ficción y aún no está generalizado el entender que una persona con síntomas psicóticos es alguien repleto de angustia, extremadamente vulnerable y que lo que precisa es cuidado

Ley nº 2: que la premisa anterior parece muy sencilla, PERO también hay que entender que los cuidados a cualquier población extremadamente vulnerable (en este caso psicótica) muchas veces se hacen de una forma tan invasiva y tiránica que en vez de cuidados resultan agresiones (tanto por parte del sistema sanitario, como del judicial, como de las propias familias).

Ley nº 3: que conceptos como “psicosis” o “trastorno mental grave” no son comparables a conceptos como “apendicitis” o “glaucoma”, porque están muchísimo más entremezclados con aquello que es Irrepetible de un individuo a otro, la subjetividad, y tienen una implicación hondísima, tanto en el origen como en la biografía posterior, que las patologías del cuerpo no tienen (sin por ello negar la trascendencia de las enfermedades físicas en la vida de uno, que ya hemos dicho que queremos huir del simplismo).

Ley nº 4: que cuando se trabaja sin tiempo (valgan como ejemplo las consultas de psiquiatría infantil en las compañías de seguros, que duran diez minutos (en la seguridad social (a su vez innegablemente saturada) duran una hora) en las que se supone que hay que poder historiar, explorar (explorar en psiquiatría implica una entrevista semiestructurada que no es precisamente corta), diagnosticar, intervenir y si procede, poner tratamiento) todo ese proceso queda reducido a un diagnóstico exprés y una respuesta farmacológica. Cómo voy a enterarme en diez minutos de la historia traumática de juanito; mejor me fijo en si cumple criterios de esquizofrenia y le casco un neuroléptico.

Ley nº 5: en la cultura del disease mongering y de la MacDonaldización del sufrimiento hay una tendencia poblacional hacia el autodiagnóstico de enfermedad mental para explicar situaciones dolorosas y extremadamente injustas, pero que no tienen que ver con la cordura-o-no del que sufre sino con la injusticia del sistema. Y que lo primero que sale del profesional ante alguien que por una insatisfacción con su situación vital  pretende un seguimiento exhaustivo en el circuito público de salud mental (incluso verbalizando que lo merece más que alguien con una enfermedad mental grave) es cabrearse (de un modo análogo al “la gente viene a urgencias por cualquier chorrada, verás como se les quita la tontería si les ponen un copago”, ejemplo clásico de razonamiento ramplón y Clasista); pero hay que hacer el esfuerzo de entender que es el sistema el que empuja esos “códigos Z” a la consulta y no ellos mismos.

Ley nº 6: Y esto, que no pasaría de lo anecdótico, o incluso de buen método para cribar profesionales-que-miran-más-allá-de-sus-narices, facilita extraordinariamente el trabajo a una Industria cuya prosperidad depende de crear enfermedades y venderte la salud como producto de consumo, pasando por encima de lo que sea preciso. Es decir, que si en salud mental dejas lugar a la creación de un sobrediagnóstico HABRÁ SOBREDIAGNÓSTICO.

Si a eso añadimos el estigma que genera un “falso positivo” en un diagnóstico psicótico; la idea de que a golpe de gesto grandilocuente-compra-votos se vaya a poner el sello de PREPSICÓTICO a un montón de adolescentes vulnerables da TERROR.

(aprovechamos para agradecer a los lectores que hayan llegado hasta aquí, ya hemos avisado de que el tema era complejo)

Da terror porque si trabajas con adolescentes estás harto de rechinar los dientes porque los profesores estén vivísimos para notificar suspensos pero no se den cuenta de que tienen a alguien al borde de la desesperación delante de sus narices. Dejar a los adolescentes psicóticos a su suerte es terrible, pero asumir que todo adolescente con comportamiento anómalo tienen que ir a la cola de recibir neuroléptico (y ya hemos advertido de que en condiciones precarias, es Fácil caer en esa dinámica: ley nº6) es criminal.

Pero esto también es simplista. Es fácil caer en responsabilizar al profesorado del abandono humano de los alumnos. Pensar que en este mundo neoliberal que nos rodea lo único que les importa es producir futuros trabajadores y por eso Educación funciona así.

Pero luego uno puede pararse a pensar que si la respuesta del análisis es tan plana es que otra vez el análisis lo está haciendo un cuñado, y uno puede tener en cuenta cosas como que en los institutos tienen 45 minutos al trimestre para hacer la evaluación de 30 alumnos; y ese es el tiempo oficialmente destinado a detectar problemas en el niño/adolescente e invocar a los equipos de orientación psicopedagógica, que son los que tienen posibilidad de intervenir. Que hasta hace unos años esa cutrez de tiempo se compensaba con coordinaciones espontáneas entre clase y clase, donde fluía la información de forma más ágil. Hasta que por un vacío legal se suprimieron los cinco minutos de diferencia entre ambas clases y toda la práctica docente se rigidificó con un solo objetivo: aumentar las horas lectivas, a costa de lo que fuera. Que a día de hoy se depende del celo profesional de cada orientador y de las filigranas que puedan hacer los profesores para hacer algo tan extravagante como coincidir físicamente para poder pensar juntos qué le puede pasar a Gutierrez, la de 2º D, que lleva unas semanas callada y ojerosa. Y esos cinco minutos que no verás en los titulares de periódicos ni en las conversaciones de bar, salvo quizá para decir lo vagos que son los profesores, eran lo que permitía al de lengua comentar con la de matemáticas lo de Gutiérrez y constatar que no habían sido imaginaciones suyas; y hablar con el de educación física y pensar entre todos que a lo mejor Gutiérrez está rara porque le pasa algo. Sea un principio de cuadro psicótico, sea que su familia está al borde del deshaucio, sea que ha entendido de golpe que lo que hacía su tío Julián cuando iba a verla a su habitación por la noche no estaba bien, o sea que en su habitación se ha estrellado un meteorito. Cinco minutos de mierda, que no generan opinión pública, pero lubricaban al sistema y lo hacían funcionar. 

Y es que ese es el problema. Si en Educación no tienen tiempo de hacer cosas de humanos (léase, ver a la persona que tienen delante y hablar con ella, tenga la edad que tenga), Educación se convierte en una máquina Fordiana de tragar carne y escupir títulos en la que los que traen buenas cartas (sociales, familiares, afectivas, azarosas) pasan y salen convertidos en carne apta para la maquinaria laboral, y los que no las tienen se quedan tirados en la cuneta. En todas las instituciones vinculadas de alguna forma al cuidado existen fenómenos equivalentes a esos “cinco minutos”, que la mayoría de los trabajadores utilizan para que el sistema no colapse. Y existen golpes en mesas de despachos que destrozan todo ese trabajo sin ni tan siquiera medir las consecuencias. Los mismos que dan esos golpes que desbaratan la institución aparecen en portada con soluciones mágicas.

Y en cada periódico (con honrosas excepciones), en cada bar, en cada cháchara, se intoxicará acerca de un caso concreto y de miles de casos diferentes a ese que tienen la mala fortuna de compartir etiqueta, se alabarán las medidas electoralistas, se dirá “ya iba siendo hora de que alguien hiciera algo con esto” ignorando las redes que ya existen y que si no pueden funcionar es principalmente por las trabas que se les ponen; y cundirá la estupidez y reinará el simplismo sobre el fin de los tiempos. Salvo para quienes quieran de verdad intentar entender el tema y vean que, en efecto, es complejo y extremadamente delicado.

Se puede concluir que si la psicosis infantojuvenil y sus implicaciones humanas se te escapan, al menos haz algo que ya sabes: huir del simplismo.


Al final no he escrito sobre la psicosis en la adolescencia sino un post acerca de por qué hay que ver The Wire. Ya lo siento, oigan.


29.4.11

Decidiendo en próstata ajena.

Ayer fue una mañana de pasar solo la consulta del cupo de mi tutor y mío.
Paciente de 64 años que viene para renovar la tarjeta de largo tratamiento. Lo conocía pero no recordaba bien de qué.
Él me lo recordó.
Hace 4 meses vino a consulta para hacerse “la analítica de la próstata”. Yo le dije que no se lo recomendaba, le expliqué el por qué y le di un documento (de apoyo a la toma de decisiones) diciéndole que, si aún así se lo quería hacer, volviera.
Él volvió un día que tanto mi tutor como yo estábamos salientes de guardia (por lo que no pasábamos consulta). No tenía claro si quería hacerse el PSA o no. El médico que lo vio le sacó de dudas “el PSA es lo único que tenemos para detectar pronto el cáncer de próstata, así que lo mejor es hacérselo”.
PSA = 23.8 Biopsia prostática Sangrado importante e infección Ingreso hospitalario durante 4 días (baja laboral incluida).

“Pero estamos tranquilos porque en la próstata no había nada malo”… eso sí… “me han dicho que me lo tengo que repetir todos los años”.

Trabajo en equipo, lo llaman.

[como sugerencia actualizada, ahí viene el BMJ y su "Randomised prostate cancer screening trial: 20 year follow-up"